Así en la tierra como en el cielo
La tierra en la que vivimos ahora es ciertamente un lugar increíble – un lugar de belleza y grandeza, un lugar perfectamente adecuado para la existencia humana:
“…el es Dios, el que formó la tierra, el que la hizo y la compuso; no la creó en vano, para que fuese habitada la creó…” (Isaías 45:18)
Hace sentido, entonces, que el propósito de Dios para el futuro no se centre alrededor de un “feliz coto de caza” en otro lado, una existencia etérea en el cielo, o una vida espiritual fuera del cuerpo de algún tipo. En vez de eso, el propósito de Dios se centra en la tierra que El ha creado como el hábitat para la raza humana. Su plan futuro es establecer su reino aquí mismo, para que pueda tener la relación que ha buscado desde el inicio con hombres y mujeres.
La locación correcta
Para que no haya ninguna duda en este punto (y dado que es uno importante), vale la pena que veamos un poco más de evidencia que establece que el futuro reino de Dios será aquí en la tierra:
“Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”
(Mateo 5:5)
“Porque los malignos serán destruidos, pero los que esperan en Jehová, ellos heredarán la tierra. Pues de aquí a poco no existirá el malo; Observarás su lugar, y no estará allí. Pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz. Maquina el impío contra el justo, y cruje contra él sus dientes… Porque los benditos de él heredarán la tierra; Y los malditos de él serán destruidos.”
(Salmo 37:9-12, 22)11
No hay mucho valor en “heredar la tierra” si el brillante futuro que Dios tiene planeado para Sus creaturas va a tener lugar en otro lado.
O nuevamente, incluso más claro:
“Y Jehová será rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre”
(Zacarías 14:9)
Esto queda perfecto con lo que hemos visto de las promesas a David – que Jesús reinará desde Jerusalén para siempre. Aquí hay otra profecía que retoma esto:
“En aquel tiempo llamarán a Jerusalén: trono de Jehová, y todas las naciones vendrán a ella en el nombre de Jehová en Jerusalén; ni andarán más tras la dureza de su malvado corazón”
(Jeremías 3:17)
Es fascinante que incluso hoy, Jerusalén sea el centro de tantos conflictos políticos y religiosos. Ninguna otra ciudad puede reclamar tal contención, dado que Jerusalén se considera un sitio sagrado por no menos que tres de las más grandes tradiciones religiosas (Cristianismo, Judaísmo e Islam) – ahí está – justo ahí en el mero centro del mapa del mundo – y ahí se sostiene asediado en la confrontación tanto militar, como política y religiosa. Sin embargo, los profetas del Antiguo Testamento, mientras vislumbran más sufrimiento, tensión política y guerra en el Medio Oriente antes de la configuración del reino de Jesús, finalmente habla de una época en la que Judíos, Cristianos y Árabes todos se reunirán a adorar a Dios en Jerusalén. En conflicto arábico-judío algún día se resolverá, lo dice la Biblia. Tanto Árabes, Judíos y Cristianos, irrevocablemente extraños como parecen verse ahora, estarán unidos en una voz para adorar a Dios en Jerusalén. Es una imagen poderosa grabada más de dos mil años atrás, sin embargo, una que permanece asombrosamente gráfica, relevante y esperanzadora en el mundo fracturado de hoy.
Rey ideal
En suma, la Biblia enseña que Jesús será rey sobre el reino mundial de Dios y reinará desde Jerusalén por siempre. Así que digamos que ambos, el Antiguo y el Nuevo Testamento con voz clara y unida. Será un rey como ningún otro que el mundo haya visto jamás, más sabio y capaz que cualquier otro líder que lo ha precedido. No habrá más pérdida de justicia, no más inequidad, corrupción y abuso de poder. Dios empoderará a Su hijo para transformar nuestro mundo en el mundo que Dios originalmente planeó que fuera. Como el profeta Isaías lo pone:
“He aquí que para justicia reinará un rey, y príncipes presidirán en juicio…como escondedero contra el viento, y como refugio contra el turbión; como arroyos de aguas en tierra de sequedad, como sombra de gran peñasco en tierra calurosa.”
(Isaías 32: 1,2)